Pan y cinco
El verdugo de los mendrugos
Todos
sabemos que esta cadena ha sido y es un referente de innovación. Prácticamente
ha sido la primera siempre en todo desde que llegó a nuestros grises y
abatibles hogares. Su multicolor hinchó los corazones de tantos españoles
aburridos, exhaustos, acomplejados y desolados por Cifras y Letras, Si lo sé no
vengo, el Un, dos, tres, y caras
repetidas como las de Joaquín Prats o el invencible Jordi Hurtado, alias
Benjamin Button.
Desde
su incorporación a la parrilla española, trató de «acercarse» al pueblo, o sea,
a la audiencia, luciendo palmitos de mises de moda y contenidos pseudoeróticos
para que los ojos de adolescentes en plena efervescencia volcánica y adultos
inquietos de carne ajena depositaran su baba sobre la mesa camilla –hoy esto se
consigue con un suave click–. Potenciaron la idea de que los conductores de
programas no debían ser necesariamente profesionales de los medios –como hoy,
que no es necesario que un profesor de matemáticas sea matemático–. Fueron los
primeros en encadenar 20 minutos de publicidad –que se escribe pronto; los
niños de hoy creen que fue el hombre de negro el que lo logró–. Los primeros
«Late night shows». Los primeros en explotar programas de corazón (aunque el
pionero fue Canal 9 con Tómbola), de hecho son los primeros en
explotar todo lo que acaba de triunfar en otras cadenas. Los primeros en traer
la caspa friki a la pantalla, haciendo popular al primer pringao que se sacaba
un moco con un alfiler mientras silbaba la canción de El bueno, el feo y el malo masticando guindillas. Los primeros en
emitir en España telerrealidad. Los primeros en inventar cómo ser rentables
retroalimentándose de sus propias criaturas –Gran Hermano, El Debate, y todo su contenido emitido en programas
de corazón, rellenando horas y horas de pantalla, repitiendo videos y videos,
mañana a mañana, tarde a tarde, noche a noche, paseando como vampiros a los
concursantes de uno a otro espacio hasta dejarles sin sangre–. Los primeros en
superar los récords de denuncias de varias formas: una, rompiendo el Código de
Autorregulación sobre Contenidos Televisivos e Infancia; otra, obligando a
empresarios a retirar su publicidad al dar voz, cobijo y calderilla a
personajes indeseables e incompatibles con su moral –le dice el cojo al manco–.
Los primeros en España como empresa televisiva privada en lanzar al paro al 40%
de la plantilla años ha. Los primeros en mentir escrupulosamente en los
horarios de su programación. Los primeros en empezar un programa y emitir
publicidad a los 16 segundos, volver tras 5 minutos, emitir 28 segundos y volver
a publicidad otros 5 minutos. Los primeros en inventar el Sumario cada 15
minutos o cada ida y vuelta a publicidad. Los primeros en televisar el llanto
desconsolado de una madre que ha perdido a su hijo y un segundo después
anunciar en directo Zumosol y volver
al alarido descarnado y desgarrado de la progenitora. Y voy a parar aquí porque
me excito y hago una tesis.
Y
ahora vuelven a ser los primeros. ¿En qué? En trocear un largometraje, la
película Avatar. La emitieron en 2
partes, lunes y martes. En España hay que ser un búho y no trabajar por la
mañana para poder ver la tele de noche; si añadimos a eso la melopea de la publicidad…,
con este sistema podemos imaginar en qué año hubiéramos acabado de ver la trilogía
El señor de los anillos.
¿Y
las sensaciones? Bueno, pues algo parecido a lo que pasó con El señor de los anillos y su estreno en
cine: un «coitus interruptus», un resbalón en un penalti, una nube interminable
en la playa, un Ferrari cinco
minutos, una loncha de pata negra con vasito de agua, un desmayo a mitad del
capítulo 68 de Rayuela.
¿Será
el principio de un nuevo camino? Espero que no, pero pensad que hoy en día casi
ningún joven de 15 a 25 años soporta una canción de más de 3 minutos, ni una
canción con una intro de 1 minuto 25 segundos. Y casi nadie escucha un disco
entero de ningún artista. ¿Alguien se imagina cortar en el minuto 3 Since I’ve been loving you? ¿Qué
pensaría Picasso si su Guernica
estuviera partido por la mitad y colocada cada mitad en una habitación? Las
obras intelectuales y artísticas son un continuo, un todo coherente, un sentido
unitario y global. Pero quién va a explicar eso a los estudiantes de hoy cuando
lo intelectual y lo artístico está siendo desplazado de los planes de estudios
y de la cultura. Ya no sé ni qué significa esta palabra.
Según
los datos de la propia Telecinco se
logró un 32% de cuota; eso son más de seis millones de espectadores, de los
cuales casi la mitad tiene entre 13 y 24 años. También es cierto que la
película se estrenó en plena crisis y aunque tuvo una brillante acogida en
salas, como película que más recaudó en la historia, puede que también la
crisis le afectara; como también que el 3D fue un reclamo que salvó muchas
producciones ese año y los siguientes. En España llegó a los 7 millones, casi
alcanza a la segunda de Crepúsculo
–creo que eso dice mucho, no voy a añadir más comentario ahora–.
Pero
ahí no queda todo. Este mismo sábado por la tarde vuelven a emitirla. Así que
la innovación de la cadena, al menos esta semana, no va solo con la
fragmentación sino también con acercarse a la reposición constante en
diferentes horarios, algo que históricamente ha hecho Canal+ como televisión de
pago con muy buenos resultados.
¿Acaso
ha descubierto la cadena que esta última forma de hacer televisión, como tantas
otras del pasado, es la que demanda la audiencia? ¿Nos arrastramos por lo que
nos echen en el plato? ¿Nos comemos lo que sea cuando la comida habitual no nos
satisface? ¿Tan caro resulta preparar una parrilla de comida decente? ¿Tanto
han de ganar sus cocineros para que el margen de beneficios desemboque en carne
de segunda y en filetes compartidos? A mí lo que me gusta es un bocata en el
que el contenido sobresalga, que una parte del pan jamás toque la otra, un
bocata sabroso, en su punto exacto: un condumio. ¿Y a ti?
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