Oriana, la bella
El verdugo de los mendrugos
Para
los que seguís Telecinco no hace
falta presentación. Para los que no, o no tanto, Oriana es una neumática choni
de uva, de uñas «postis» y de crines extensibles, joven, con grandes intereses
y ocupaciones en la vida, que estudió Derecho y lo dejó a los tres meses porque
«me aburría», como Newton, o ¿era Einstein?, y que ama, ama mucho; ama tanto
que estando con su novio, ya va para un año, necesita amar más y por eso es
sorprendida amando —léase besando— con otro chico de estos de ahora…, de estos
de ahora.
Y,
cuidado, que ya dicen que transita mucho la universidad para estudiar cómo cazar
con amor —que aún le sobra— a un chico que quiere ser juez y no le gusta la
tele. De esos que quieren las suegras, vamos.
Y es
que amar está muy bien visto. Los padres del cornudo, un chico de estos de
ahora…, de estos ahora, incluso la excusan por tanto amor. Les parecía un
«pico» inocente, como ella, inocente e ingenua, decían. Lo decían por la foto
en la que fueron sorprendidos los amantes furtivos. Los padres son muy
modernos, de estos de ahora que…, de estos de ahora: «La chica lleva viviendo
en mi casa un año. Nosotros la creemos». A mí me decía uno que lo que pasa es
que a ver cómo admiten que han sido engañados durante un año, ¡personas de su
clase!, porque hay que ver lo «estirados» que son, ¡y que están!, ¡y que están!
Alguno
podría poder querer intentar ver cierta…, e insisto con lo de cierta, falta de
respeto al amar tanto a uno amando a otro. Será que ese alguno no entiende de
amor —porque no lo habrá conocido, digo yo, «¡al menos amor de verdad!» o «Pos
yo amo así», que diría un egódoxa—. Porque el amor es así, ¡llama a tu puerta…!
Y los que no crean a esta chica tan fina, con tantos modales, con esas manos de
no haber roto un plato nunca porque nunca los ha recogido, que no tiene ojeras
nunca porque no sabe qué es dormir poco o mal o madrugar, que no tiene un
centímetro blanco porque el Sol se conjuró contra ella, los que no la crean son
antiguos, ¡qué digo antiguos!, son arcaicos, ¡qué digo arcaicos!, son
extemporáneos, como el amor platónico o el amor cortés. Amores que no tenían
sentido, ¿verdad? ¡Es que eso de reprimirse!
La
literatura en nuestra cultura lleva hablando del amor unos dos mil años, antes
de que hubiera tele, y siempre ha coincidido en lo mismo: si uno ama tanto,
pero tanto tanto, debe llevar cuidadito, porque puede salir algo mal, porque se
confunde amor con sexo o apetito o deseo, y desear a alguien no es un anatema,
pero hacer cositas con otro u otra cuando ya tienes pareja a expensas de esta
sí. Se llama falta de respeto, como mínimo, para dejarlo suave.
Pero,
claro, ¡eso del respeto chirría tanto hoy en día! ¡Es tan aburrido y extemporáneo!