Ex
El verdugo de los mendrugos
Ex es lo nuevo de las noches de los divertijueves
telecinqueños. Otrora esa fecha y horario era propiedad del ojo que todo lo ve,
Gran hermano. Y hete aquí otro reality
—bueno, pseudoreality; la palabra
realidad es muy amplia y completa para cerrarla a estos formatos televisivos
dudosos, pero dejemos a un lado estas digresiones—.
La
productora vuelve a la carga con un formato que contiene todos los ingredientes
para triunfar: amor, dolor, un pasado, sexos, exhibicionismo emocional y un
objetivo económico que disfrazan de amor filial, pues ¡qué no se hace por un
hijo! —«Yo por mi hija mato»—, ¡y más si hay cámaras!; ¡ah!, y el objetivo de
la cadena: el conflicto. Ahora habrá que ver si saben conjugarlos y, sobre
todo, explotarlos.
No
hay duda de que los reality tienen su
función educativa. Eso me gusta. Pero solo para el que quiere aprender —que ya
no somos niños—. Y hoy la gente valora disfrutar muy por encima de aprender;
aprender es como el hijo fétido al que los demás niños desplazan y arrinconan
hasta que logran que desaparezca; molesta, incomoda, amenaza; quizá sea porque si
nos damos cuenta de que podemos aprender descubrimos de paso que no somos tan
listos, ni guapos como nos creíamos: otro sabe más que yo; y eso lastima nuestra
autoestima. Y la autoestima mejor no tocarla.
Y
¿cómo puede hacer Telecinco para que
aquellos ingredientes mariden bien? Pues maquillándolos, retocándolos,
acicalándolos. Ahí están entre el público «los otros», los que van a hablar de
aquello que los concursantes no hablen: familiares y amigos. Estos montan el
follón. Es un clásico. Empiezan siendo educados, e incluso algunos se quieren
mucho, y acaban haciendo un Deluxe
bajo cheque partiendo almas: «Yo he venido aquí a decir la verdad, porque mi
hijo/a está sufriendo mucho». Pues, mire usted, hay alguna cosilla más
importante que la verdad, por ejemplo, la compasión y el respeto por la
intimidad.
Lo
más interesante para mí es que cada vez hay más material sociológico,
psicológico y filosófico para futuras tesis que expliquen cómo somos o por qué
somos así. Aunque olvidaba que sociología, psicología o filosofía están por
desaparecer, desterrar, o exiliarse ellas mismas, pero no a otro lugar sino a
otro tiempo. El caso es que no han tardado en despuntar los estereotipos: el
machito que estereotipa a las mujeres: «Eso sí. Mujeres que valgan la pena he
conocido, ¿eh?». Lo peor es que orangutanes como este hay muchos, él es un
representante de los que hay —y lo digo yo que soy hombre—. Pues sí. De momento
las conversaciones giraban sobre cómo son ellos y cómo son ellas, en lugar de
cómo es él o ella. Un poco triste.
En
fin, ¿tan vacíos y solos nos sentimos para que tengamos que exhibir nuestras
entrañas, exponer nuestra vivencia cual protagonistas únicos e irresistibles,
contar cómo cagamos y qué papel usamos, dar pena a través de la televisión o la
red? La psicología social es clara: sí. Como humanos hemos aprendido a mentir,
exagerar y persuadir con tal de conseguir llamar la atención del «otro» y tener
a alguien cerca: principio de afiliación natural. Y ¿la razón de esta necesidad?
Egoísmo. Puro egoísmo. Necesitamos al «otro» para satisfacer necesidades. El
eufemismo es colaboración, relacionarse: así se vende mejor, claro; es más…
social, ¿verdad? Empieza la función…
No hay comentarios:
Publicar un comentario