El regreso: gracias, princesa
El verdugo de los mendrugos
«Vivo sin vivir en mí». Faltan 59 minutos.
Ya. Ya está.
Todos se han vestido de gala, más elegantes que de
costumbre. No en vano, es una noche especial. Llega la princesa, la princesa
del pueblo. Evoé.
–Vamos
a ver con qué nos sorprende.
¿Cuánto habrá costado esta vuelta? No lo sé, pero lo vale;
es la princesa. Se paga y punto.
Dicen que tiene muchos frentes abiertos y ahora va a
resolverlos. Pobre, ¿verdad? Hay gente que no la entiende, gente que debe de
ser indeseable, sobre todo para Telecinco.
–Espero
a una Belén combativa…
¿Acaso se duda? Es que no ha dado muestras de su constancia
en el combate. Lleva años soportando al demoníaco
Jesulín y su casta de indeseables, ¡años! Y así no se puede vivir. Nadie
debería pasar por ese sufrimiento familiar extremo: el choque con la familia de
los suegros, o que tu pareja no te defienda. Pobre gente, como ella, que ha
sufrido esos momentos, y al día siguiente tiene que ir a trabajar, y cuidar de
sus hijos, sin poder tomarse unas vacaciones por todo lo alto o cambiarse de
barrio, ¿verdad? Bueno, ella, gracias a Dios, ha podido hacerlo en algún
momento, y se merece poder, porque es demasiado su sufrir.
–Lo
que le pasó con Jesulín… eso te marca…
Eso digo yo. Menuda cruz, Señor. Y ella intentó que no fuera
a más. Pero el mundo, el destino, la vida es implacable.
La veo. La veo. Pasillo rojo. Ella de azul o lilas. Ella la
inocencia. Ella la lágrima en el ojo. Se santigua para que Dios la ayude a
medirse. ¡Cuánto ha llorado esta mujer! ¡Cuánta Mejilla erosionada!
–Da
ternura verla.
El símbolo. La bandera. El mito. Es un mito. ¡Qué caminar!
Todos la alaban. Excepto una periodista, siempre objetiva, siempre distante,
siempre tan clara y honesta. ¡Qué aburrimiento!
Jorge pide respeto o desalojará a quien no lo tenga. ¡Muy
bien, Jorge! ¿Qué es eso de no respetar? Eso no se debe hacer nunca. Y puesto
que no lo hacéis nunca, hoy menos aún.
–¡Guapa!
–¡Enhorabuena!
–¡Guapa!
Empieza como siempre: ¡Qué sencilla! Habla tranquila,
tierna, dulce, niña, ¿verdad? Pero luego… es que luego cambia porque la
agobian, la acusan, la acorralan, la señalan, la insultan, la maltratan, la
siguen, la atacan, la acorralan, la asedian, la hostigan, la atormentan, la
cercan…, pero ella no es así. Insisten en que la tierna y dulce es la máscara,
la careta, el capuchón, el disimulo. No la ven con los ojos de la verdad, de la
inocencia, de la evidencia.
Hay quien dirá que ha agotado todos los terapeutas, que
debería ir a Lourdes, pero es que lo ha pasado muy mal. Y esos terapeutas se
los ha pagado ella, ¿eh?
Que su discurso de inicio es el de siempre, dirán otros, la
misma novela, la misma entrega, el mismo capítulo. Hombre, poneos en su lugar,
lo ha superado y empieza de nuevo, otra vez.
–Yo estoy
orgullosa de mí misma. No me quería absolutamente nada.
Lógico. Una mujer a la que nadie quiere, nadie respeta,
sola, sacando una hija adelante, luchando constantemente, llorando una casa,
una ciudad, un mundo.
–Yo…
No quiere hablar de Fran. Lo que ha contado antes sin que le
pregunten ha sido para contextualizar, claro, y nada más.
–Yo…
¿Soberbia? No digas eso, Belén. Eso no puede ser verdad. ¿Quién
es el maligno ser que te ha metido eso en la cabeza?
No llores, guapa, que tus ojos te afea. Luego dicen que
lloras siempre, haciéndote la víctima, y dando pena.
–Yo…
Esperabas que la vida cambiara, como todo el mundo, ¿verdad?
Eso es normal. Cómo vamos a hacer algo nosotros, cuando estamos mal, cansados,
derrotados, dolidos, lastimados, ¿verdad? No se puede hacer nada. Y lo mejor es
esperar a que el caprichoso y trágico mundo cambie en el momento adecuado. El
mundo y no nosotros.
–Yo…
El médico le ha dicho que le ha perjudicado hablar de su
vida… Nooooo. ¿Cómo dice eso? Hay cada médico por ahí. Bueno, y mucha gente que
también lo ha dicho: periodistas, panaderos, abogados, ciclistas, comerciales,
taxistas, trasportadores de ángulos abatibles… ¿Y ellos qué sabrán?
–Yo…
Le hacía sentir insegura que le dijeran que nadie la seguía
como antes. Lo cual es normal: ¡a quién no le gusta ser el centro de atención!
Y cuando te acostumbras es muy difícil dejarlo. Es complicado decir que no. Es
una droga, de las más duras. Se comprende. Iban a hacerle daño, como siempre.
–Yo
nunca he venido con prepotencia de nada. Otros sí. Yo no.
Los demás, son los demás. ¡Ya está bien! Déjalo claro. Muy
bien.
–Yo…
Reencuentro. ¡Qué bonito! Sonrisas, besos, después de
ciertas cuchilladas asesinas y criminales. Pero no pasa nada. Perdonemos. Todos
podemos equivocarnos 10 o 15 veces, o tropezar 10 o 15 veces en la misma
piedra…
–Yo…
Y la ternura de la música cada vez que se reencuentran. ¡Qué
maravilla! ¡Qué bien preparado todo! ¡Qué gran trabajo de equipo!
–Yo…
Exacto, Belén, todos los días no se puede hablar de su vida,
no se puede. Ya lo hiciste. Y se acabó, como tú has dicho. Nunca más. Muy bien.
1 vez al mes y ya está.
–Yo…
No te enfades, que ibas bien. Este Kiko hace unas preguntas
muy bordes. No respondas Belenita.
–Yo…
No te amargues. Respira. Estás cambiando, agriándote… Pero
es que el Matamoros, ese tan racional, y la Patiño, la objetiva y con una ética
férrea, no paran de hacer preguntas negativas. Solo son así contigo, muy
selectivos ellos. Hoy solo deberían ser preguntas positivas y constructivas, y
estos no se han enterao. Son malos, dañinos, angulosos y abatibles.
–Yo no
he venido aquí nunca a atacar… Y si alguien va a poner demandas a lo mejor las
pongo yo.
¿Por qué tanto desprecio de Jesús hacia la niña? ¿De dónde
sale? ¿Tú qué has hecho? ¿Verdad? No se puede descargar la ira hacia unas
persona en otras. Eso no lo hace nadie, ¿verdad? Ni tú tampoco. Es como si te
acusaran a ti por odiar a la Campa, o a los hermanos, o a la Trapote, o al
padre, o a toda Ambiciones…
–Es
que yo…
¿Irte de tu casa para que Jesús vaya a ver a su hija? Desde
luego, qué poca vergüenza la de este hombre. No querer que estés allí. No
querer ni respirar el mismo aire que tú. No querer saludar a la que fue madre
de cuna tan sagrado, con la que yació en tálamo de coral. ¡Qué vergüenza!
–Mato,
m-a-t-o… Y mato.
Ya está, ya te has calentado. Pero bueno, es que te incitan,
es que te pisotean, es que ellos, ellos te ponen agresiva y violenta. No pasa
nada. Tú dilo, que la gente aplaude. ¿Ves?
–Yo…
¡Cuéntalo! Es que es increíble. Menos mal que sabemos solo
tu versión de lo que ocurre en esa casa con tu hija. Menos mal. Porque si
supiéramos la versión de ellos… sería para tener miedo. Seguro que la odian. Y
pensarán que la niña no oye nada por
ahí, ni la gente le dirá «Nena, guapa, tú con tu mamá». Lo cual es normal. Qué
va decir la gente, que te oye a ti contar tantas cosas. Pues ya está. Cuéntalo
todo. Y si se atreven que denuncien a una princesa, que estos no saben aún con
quién se la juegan, que aquí estás en tu casa, tu casa es España y Telecinco también.
–Mira,
yo… no voy a atacar a Carmen, pero sí digo que la abuela tendría que dar más la
cara por la nieta.
Triunfo. Triunfo. Evoé.